Del III Congreso de la Red Española de Filosofía

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por César Rodríguez
Málaga, España
19 de noviembre de 2024

Los días 24, 25 y 26 de octubre se celebró en Salamanca, en la Facultad de Filosofía, el III Congreso Internacional de la Red Española de Filosofía, bajo el título “Ámbitos de la Filosofía en el siglo XXI: balance y perspectivas”. Tuve la suerte de asistir y participar en lo que, personalmente, fue una experiencia fortuitamente y coyunturalmente genial. El propósito de esta Nota de Realidad es el de narrar sucintamente dicha experiencia.

Para mí, la aventurilla comenzó ya antes de llegar a la ciudad castellana. Teniendo que desplazarme desde Málaga, hube de tomar primero un tren desde allí hasta Madrid, para enlazarlo con un autobús desde la capital hasta Salamanca. Las casualidades hicieron que coincidiese en dicho autobús con Santiago Armesilla, un afamado youtuber marxista, con el que, tras presentarme, tuve la oportunidad de hablar durante casi tres horas que dieron, especialmente, para poner en común la reología filosófica y el materialismo filosófico, además de para abrir canales a lo que en el futuro podrían ser fructíferos diálogos y colaboraciones. Ya de paso, me dio recomendaciones gastronómicas: el farinato y la paletilla ibérica de la zona (recomendaciones que decidí poner en práctica).

En mi breve paseo, ya nocturno, desde la estación de autobuses hasta la pensión en la que reservé habitación pude disfrutar fugazmente del centro histórico de la ciudad, favoreciéndose la, por así decirlo, incubación de una sensación de agradable inquietud ante la novedad y la imprevisibilidad, una especie de magia inocente, aunque a estas alturas también muy matizada por la añoranza en tan solo doce horas de mi hogar y mi cotidianidad.

Vistas de la Universidad Pontificia de Salamanca desde la terraza de la pensión donde me alojé.

El congreso, propiamente, se desarrolló a lo largo de tres mañanas y dos tardes, ocupadas con sus esperables conferencias de inauguración y clausura, y protagonizadas ciertamente por las múltiples mesas paralelas en las cuales se sucedían ponencias de unos quince minutos seguidas de su correspondiente coloquio. Vaya por delante mi confesión de que, por distintos motivos, no pude asistir a muchas de las actividades, por lo que sin duda mi reseña será necesariamente parcial.

La mesa en la que me tocó hablar a mí estaba en la categoría de la “filosofía de la ciencia”, esperable teniendo en cuenta que, a pesar de mi interés y fin estrictamente metafísico, la cuestión específica era la de la causalidad en la salud humana, vehiculada por el estado de la cuestión en las ciencias de la salud y la filosofía de las ciencias de la salud. Mi conferencia se llamó Estructuración de la salud de los sistemas humanos: análisis desde la reología filosófica, y su resumen es el siguiente:

El debate filosófico sobre la causalidad es amplio y actual, tanto en general como específicamente en el ámbito de la salud humana. En este campo existen visiones tanto cercanas a las propias prácticas científicas como más propiamente filosóficas. Entre otras, existen propuestas que entienden la causalidad de manera contrafactual, de manera mecanística, de manera pluralista, o de manera sintética y recogiendo elementos eclécticamente de distintas perspectivas. De entre las propuestas recientes podría destacarse el llamado “disposicionalismo”. No obstante, el cuidado análisis metafísico puede revelar estas propuestas como insatisfactorias, sea porque son parciales o confusas. Así, una aproximación distinta y potencialmente fértil es la idea de “estructuración”, tal y como está desarrollada desde la reología filosófica. Reológicamente hablando, la “estructura” es la “forma” de la “cosa”, que es “sistema”. Es su “determinación funcional”; es por ello que no cabe oposición entre “estructura” y “función”, como es habitual en otros discursos. Esta idea compatibiliza los resultados de las investigaciones recientes en distintos campos de la realidad, especialmente en el campo de la salud humana, con una metafísica de corte procesualista y a la vez heredera del pensamiento de Xavier Zubiri, eso sí, actualizado, decantado y reasumido; de este, cobran especial importancia también las nociones de “constitutivo”, “constitucional” y “nota-de”. Dentro de las investigaciones de esta forma de filosofar, se plantea un análisis de la estructuración de los sistemas reales tal que en ella se distingan tres dimensiones, a saber, la “extrastructurante”, la “conestructurante” y la “transestructurante”. Dicha distinción no es real numérica sino, en todo caso, formal. En la primera dimensión es donde se vería el modo según el cual los sistemas “transmiten”, “donan” o “reiteran” sus estructuras hacia y en otros sistemas; en la segunda, el modo según el cual los sistemas “convergen” para dar de sí efectividades que, si bien dependen de la convergencia, no implican la subsunción total de los sistemas convergentes en uno nuevo; por último, en la tercera se vería el modo según el cual los sistemas quedan integrados, “subsumidos”, en un nuevo sistema numéricamente uno. Se pretende mostrar cómo esta manera de investigar metafísicamente los sistemas humanos en lo respectivo a los estados de salud y enfermedad de los mismos es relevante, fértil y atiende a las insuficiencias filosóficas arriba atribuidas.

Las ideas fundamentales pueden rastrearse en los artículos publicados en los números primero y segundo de la Revista de Filosofía Fundamental, bajo promesa de seguir desarrollándolas.

En esta misma mesa hubo otras tres ponencias. Una de ellas, a cargo de Ronald Durán Allimant, consistió en una perspectiva actualizada del debate sobre la ética de las tecnologías. Destacó el rol activo y constitutivo de la tecnología, a la par que criticó la homogeneidad de la visión de la filosofía clásica de la técnica. Habló de la “acción moral distribuida”, de Peter-Paul Verbeeck, y de visiones que sirven de crítica o ampliación de esta propuesta, como la defensa del papel de los usuarios de Andrew Feenberg, o la idea de “tecnologías entrañables” de Miguel Ángel Quintanilla.


Reología de la técnica, por Víctor G. García.


Las otras dos abordaron la cuestión de la verdad desde fuentes, perspectivas e intereses propios. Ana Rosa López Rodríguez, tras un interesantísimo repaso de teorías de verdad desde Frege en adelante, arribó a la “teoría pro-oracional” de la verdad de Dorothy Groover, y a partir de ella reivindicó el papel fundamental de la dimensión expresiva en el valor de verdad o falsedad de los enunciados. Esta teoría, aun emparentada con una aproximación deflacionista de la verdad, sin embargo subraya el papel pragmático de las “pro-oraciones” (prosentences). En una conversación en la que respondemos a un hecho (p.e. “la política es desalentadora”) con “es verdad”, no es rigurosamente cierto que no estemos añadiendo nada, puesto que, como mínimo, estamos añadiendo nuestro reconocimiento del valor de verdad de lo previamente dicho; “es verdad” sería una pro-oración con respecto a “la política es desalentadora”, pero con un valor expresivo propio. Ana Rosa pudo afirmar, con contundencia, que “la verdad no funciona lógicamente como un predicado, su significado es expresivo”; y que existe una “relación profunda entre verdad y aserción”.

Miguel Gramage Bonastre problematizó sobre la autoridad epistémica de los testimonios, entendidos estos latamente como narración de experiencia propia. En su preocupación por el rol clásico del testimonio como discurso privilegiado, por ejemplo en cuestiones históricas, fue inevitable preguntarse dónde podía residir su autoridad epistémica, su verdad. Echando mano de las Investigaciones Filosóficas de Wittgenstein, pudo concluir, al menos provisionalmente, que el testimonio tomado aisladamente no es de por sí nada, ni mucho menos una reproducción fiel de una suerte de realidad ajena y prístina observada neutral y privilegiadamente. Más bien, el testimonio es una parte de toda una configuración circunstancial de narración, con cierto carácter constructivo, y, sobre todo, pragmático-expresivo-relacional. Lo que contribuye a la verdad de, por ejemplo, “esta cruz es un objeto sagrado”, es el rezar ante ella, arrodillarse, etc., involucrando toda la performatividad, todo el cuerpo, toda la gramática y toda la comunicación. El testimonio es, así, el contexto entero en que se ejecuta y todo lo que media en su ejecución.

Los puentes entre los trabajos de Miguel y de Ana Rosa quedaron más nítidos en el debate posterior: ya no solo los testimonios del tipo crónica histórica, sino los de los acusados o víctimas en un proceso legal, los de las personas que padecen déficits neurobiológicos de memoria o incluso los de las personas que padecen delirios quedaban de alguna manera acogidos en esta múltiple perspectiva pragmática, expresivista, narrativa de la verdad.


¿Importa todavía la verdad? Diálogo entre Carlos Sierra-Lechuga y Gerardo Trujillo Cañellas.


Otras ponencias a las que también tuve el gusto de asistir fueron las de Raúl Linares Peralta, Francisco León Florido, Myriam Rodríguez del Real, Víctor Salvador García Alemán y Álvaro Márquez Guerrero.

Raúl trajo al congreso un pertinente análisis y clarificación del concepto de “posverdad”. Una de las principales motivaciones era, precisamente, discernir si es o no adecuado acaso usar ese término, para lo cual se hace necesario que tenga algo que aportar con respecto a otros previamente usados. De estos, con el que más convergencias podría tener, y por lo tanto el que más podría hacer fútil la existencia de “posverdad”, es el de “desinformación”. Inspirado en el leitmotiv orteguiano de que las ideas se tienen y en las creencias se está, defendió que, mutatis mutandis, la desinformación se tiene y en la posverdad se está. La posverdad sería así el “humus” (en palabras de Raúl), propio de nuestro momento histórico, en el que la población, por norma general, es incapaz de gestionar la información, por exceso, y por lo tanto se vive en la verdad de la desinformación. En esta condición material-histórica residiría la pertinente novedad de la idea de posverdad.

El profesor Francisco León quiso hacer una defensa del espíritu de la primera escolástica medieval, que él situó alrededor de Tomás de Aquino en tanto que figura histórico-filosófica, a diferencia de escolásticas posteriores, a su juicio dogmáticas: como ejemplo de “escolástica dogmática” puso a Francisco Suárez, argumentando que sus disputaciones son una imitación no arriesgada de las quodlibetales, puesto que, aun reconociendo su carácter sistemático y enciclopédico, en realidad no hay querella alguna contra nadie y, por lo tanto, no hay diálogo, disputación. En cambio, lo propio de la breve época de la primera escolástica (aproximadamente 75 años) era la gran divergencia de ideas y opiniones y el constante conflicto discursivo y dialéctico, especialmente representado en las disputas quodlibetales, en las que los académicos de diferentes ciudades debían responder a las preguntas formuladas por cualquiera, muy a menudo con mala idea, y en cuyas respuestas se jugaban la reputación y la vida. Este espíritu de “creatividad conflictiva” lo veía el profesor muy afín a la época en que vivimos, lo cual le sirvió para reivindicar una relectura de aquellos escolásticos como inspiración para estos tiempos.


En las tierras de Suárez y Unamuno, volvió a presentarse una oportunidad para el encuentro, la conversación y la discusión de los temas relativos al pensador de la realidad, en lo tocante a la filosofía en general y la filosofía fundamental. A pesar del frío invierno salmantino, los temas, el diálogo, la ciudad y la universidad brindaron una cálida acogida a quienes nos acercamos… [seguir leyendo]


Víctor Salvador trajo su pregunta sobre cuál es la relación entre la filosofía y la historiografía de la filosofía. Las posibles respuestas a la misma, según entendí su planteamiento, se podían colocar en un trazado gradual y continuo situado entre los polos “la historiografía de la filosofía es filosofía” y “la historiografía de la filosofía es mera curiosidad intelectual filológica”. La postura que él defendió, bastante centrada pero quizá escorada hacia el primer polo, es que una adecuada y suficiente investigación historiográfica resulta crucial para, con conciencia tempórea (es decir, evitando anacronismos), se comprenda plenamente el origen y sentido del pensamiento de unos autores y de un periodo, y a fortiori la evolución misma del pensamiento. Propuso además la comparación de la investigación historiográfica de la filosofía con la investigación arqueológica: por capas, sin olvidar ningún elemento de la misma capa que contribuya al sentido global del elemento central investigado, en este caso, el texto. No basta, pues, con acudir a pocos manuales parciales y sesgados para organizar el contexto histórico del texto: hay que ir a otros textos, a fuentes primarias (por ejemplo, y si hay el caso, prensa), a otros materiales… Se trata, pues, de una “lectura densa” del texto que se pretende conocer y comprender.

Myryam y Álvaro pusieron sobre la mesa la pertinencia del pensamiento de Deleuze para entender la espacialidad y la temporeidad en nuestra era. Luchando contra la dificultad que para mí entraña ese lenguaje propio que es la filosofía deleuziana, pude (o quise) retener un doble aspecto de la importancia de lo múltiple y posibilitante. En lo que toca al espacio, al territorio, nos jugamos la comunidad en el asegurar que haya espacios que, sin ser pura destrucción, pura desterritorialización, sin embargo siempre pendan de esta en la medida en que así se salve la homogeneización, la territorialización, a su manera también destructora, cercenadora de diferencias y posibilidades. En lo relativo a la temporeidad, el “tiempo puro” sería ciertamente el “tiempo fuera del tiempo”, que señala esa imposibilidad de síntesis, de recreación, de repetición, de actualización, de lo que radicalmente aún no es nada, de lo esencialmente posible y posibilitante, del futuro; está ahí, pues, el esfuerzo de pensar esta “forma vacía del tiempo” como garante de la realización humana misma, en tanto no se limite ni al hábito ni a la memoria… Y hasta aquí llegan mis mejores esfuerzos con Deleuze.

Atravesando todas las jornadas, tuve un encuentro, también inesperado, con el hasta entonces desconocido Martín Vargas. Psiquiatra y filósofo, afincado en Valladolid, conocedor a fondo de la neurobiología, la psiquiatría, la fenomenología, la hermenéutica y también de la antropología de Zubiri y la psicopatología de Héctor Pelegrina, actualmente desarrolla una propuesta propia para la que toma prestado (y reasume) el término bungeano “iatrofilosofía”, mediante la cual pretende construir, en el mejor de los sentidos, una “filosofía de la medicina” (y, por extensión, de la salud), que, como “disciplina traslacional”, establezca puentes entre todas las actividades implicadas y tome cuerpo tanto teórico como práctico, este último en su doble vertiente ética y clínica. Las conversaciones sobre antropología filosófica, psiquiatría y psicopatología, o metafísica y ontología, se fueron sucediendo entre sesiones de diálogo post-ponencias, descansos entre mesas y paseos salmantinos.


Un realismo para la epidemiología, por César Rodríguez García.


Es inevitable hacer mención a la asistencia, entre palique y palique, al acto de investidura de Doctora Honoris Causa por la Universidad de Salamanca a las doctoras Araceli Mangas Martín y Eulalia Pérez Sedeño, en una ceremonia de estructura tradicional (música medieval, fórmulas en latín…) protagonizadas sin duda por los impresionantes discursos pronunciados por ambas doctoras.

En suma, fue una experiencia muy grata y refrescante, que me permitió incorporar e intercambiar ideas (y números de teléfono: ninguna tontería) y que me ofreció una vivencia, dicho con sinceridad, muy ilusionante sobre lo que es el conjunto de los desarrollos actuales de la filosofía, en la que, también sea dicho, soy en realidad medio intruso. Y si tuviese que condensar en unas pocas palabras lo que yo vi que era el común denominador de los despliegues del congreso, sería diciendo que parece quedar claro, parece constatarse, ante todos y todas, la preeminencia de lo múltiple, de lo diferente, de lo coyuntural, de lo otro, del sentido en el cuerpo y no fuera de él; que la inagotabilidad de lo real se dice de muchas maneras.


Autor:

César Rodríguez García, reólogo de la realidad viva.
Actualmente, Médico Interno Residente de Medicina Preventiva y Salud Pública en el Hospital Universitario Virgen de la Victoria de Málaga. Graduado en Medicina por la Universidad de Málaga, y Máster en Salud Pública y Gestión Sanitaria por la Escuela Andaluza de Salud Pública (Granada). Miembro del Grupo internacional de investigación científico-filosófica Realidad y proceso.
Áreas: filosofía de la salud, teoría de la salud mental, teorías de la causalidad.
En Filosofía Fundamental: https://filosofiafundamental.com/cesar-rodriguez/

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