De la realidad, el nido del filósofo
En la banalidad del día a día sabemos que si cruzamos la calle mientras se avecina un auto, seríamos atropellados; sabemos que al ponernos ropa, esta posará sobre nuestro cuerpo rozándolo y apoyándose en él; sabemos que al jugar al fútbol en el patio, la pelota es chuteada por nuestro pie o atajada por nuestras manos; en fin, sabemos que estamos tocando y siendo tocados por las diversas cosas que se hallan en el entorno en el que estamos. Sabemos con obviedad que somos una cosa entre otras afectándonos entre sí.
El saber de lo real es casi que una banalidad, una obviedad irrefutable, ridícula.
Este saber es el saber de realidad, es saber que estamos realmente en constante enfrentamiento, ante la contravoluntad que impone la realidad o, a mejor entender, las cosas reales. Y es algo que sabemos porque lo vivimos, porque queriendo cruzar la calle nos choca un auto, porque poniéndonos ropa nos queda puesta, porque queriendo hacer un gol pegamos a la pelota. Viviendo, el saber de lo real es casi que una banalidad, una obviedad irrefutable, ridícula, como decía Aristóteles: γελοίον. Aun así, no ha faltado quien, quizá ingenuamente o quizá presuntuosamente, decidió ir renunciando a la realidad de cada cosa con la que se encontraba por querer escapar de la trivialidad que suponía. Y entonces, sobre el árbol real que estaba frente a sí ya no quería saber de su realidad, sino buscar algo fuera de él, ingeniándoselas con una u otra cuestión en las que, para aquel momento, árbol ya no había. Sólo había idealidad, logos, fantasmas. Tomando cada cosa para despojarla de su realidad, tristemente de ella se supo menos cada vez.
Tomando perspectiva de esta ruptura, y haciendo un recorrido histórico de la filosofía, esta renuncia aparece prontamente en quienes quisieron ser los «iluminados», los «inteligentes», pero no en todos los filósofos. Tal vez renunciaron a lo real por la soberbia de creer que ellos eran más que esa banalidad que suponía el contacto ya sentido en la experiencia. Y así, con rapidez, una simple acción fue desencadenando una actitud; desde renunciar a esto y aquello, pasaron a hacer una filosofía de la renuncia.
Renunciando al árbol, a los animales, a la piedra, al cielo, quedó el ser humano solo y sitiado en su burbuja. Pero no era suficiente, la renuncia debía ser aun más radical, se debía renunciar, pues, a la propia realidad humana. Entonces la burbuja ya no era sólo una simple burbuja, sino que era una burbuja hermética y cubierta de arrogancia intelectual, burbuja que purificaba al intelecto de la realidad para que este pudiera empalmarse como rey y gestor del mundo, como una (in)formidable razón divina; razón que se tornó sujeto del ser humano, su soporte, razón que se entificaba como un ser absoluto. Grave incierto; bendita filosofía que tuviste que acoger una actitud de renuncia con tanta fuerza, con tanta fortaleza.
Abriendo los libros de historia de la filosofía podemos ver cómo se cuenta que el inicio de esta dichosa actividad intelectual se planta en la búsqueda del ser humano por explicar racionalmente qué son las cosas; la filosofía es hija de las cosas, hija de la realidad. Es obvio, pues, que la propia labor del filósofo sea ir buscando verdades, pero es precisamente en este ir buscando donde está el surgir del problema, he aquí la bifurcación: se puede realizar disparatadamente la búsqueda sin dirigir la atención a las cosas de las que surge el filosofar, o bien hacer una filosofía fiel a las cosas desde las que emerge. Si la filosofía es una investigación y reflexión que brota de la realidad, si la filosofía es fruto de la realidad, entonces ¿por qué renunciar a ella?
Nota de realidad: Del hacer filosófico en el que-hacer reológico
Si bien apegada a las cosas en su nacimiento, el intento de renuncia tenía que gestarse en un segundo momento. En su Filosofía y poesía decía María Zambrano:
María Zambrano
«El conflicto originario de la filosofía: el ser primeramente pasmo extático ante las cosas y el violentarse enseguida para liberarse de ellas. Diríase que el pensamiento no toma la cosa que ante sí tiene más que como pretexto y que su primitivo pasmo se ve enseguida negado y quién sabe si traicionado, por esta prisa de lanzarse a otras regiones […]. Y así vemos más claramente la condición de la filosofía: admiración, sí, pasmo ante lo inmediato, para arrancarse violentamente de ello y lanzarse a otra cosa, a una cosa que hay que buscar y perseguir […]. Y aquí empieza el afanoso camino, el esfuerzo metódico por esta captura de algo que no tenemos, y necesitamos tener, con tanto rigor, que nos hace arrancarnos de aquello que tenemos ya sin haberlo perseguido.»
Aquello que tenemos ya sin haberlo perseguido es precisamente la realidad, el saber de realidad, saber que la hay y saber inteligente-sentientemente que somos realidad y que estamos entre cosas reales. Es este el punto crucial: ¿por qué renunciar a algo que ya tenemos? Si en nuestra propia experiencia estamos probando físicamente la realidad físicamente presente, es más, si nuestra propia realidad humana se halla compelida por condicionamientos que impone la realidad, ¿por qué despojarnos de ella? Si es ella quien da el material del que la filosofía se coge y acoge, ¿por qué acometer tal asesinato?
¿Qué dice el reólogo? Por su parte, el reólogo bien comprende filosóficamente el fenómeno de la renuncia en su contexto histórico y cultural, entiende que la propia realidad de dichos pensamientos se fragua en los precisos condicionamientos que acechaban en aquel entorno intelectual, sin embargo, sabe que en la actualidad esta es una renuncia a la que se ha de renunciar; sabe que es inaceptable, sabe que es necesaria una filosofía que elimine de la ecuación aquella violencia que advertía María Zambrano para apegarse de tomo a lomo a la realidad de las cosas. Recuérdese el lema de su marcha investigativa: “interrogar a las res para que sean ellas quienes acusen su realitas”. Es así que el reólogo no hace ya una investigación a priori y, por ende, mucho menos una investigación previa al contacto con las cosas, sino que va probativamente a las res para ir hallando en su estructuración su realidad rea. El reólogo sabe, y con voluntad de verdad, que la filosofía ha de volver a la realidad de las cosas, pero sabe también que no puede ser una vuelta a la ligera, ingenua; ha de ser una vuelta rigurosa que, a sabiendas de que hay realidad, se apegue a las cosas para profundizar en la realidad rea de ellas. Su segundo momento es ir al más de la realidad de las res, no romper con ella para ir a por algo que no está en presencia física. El reólogo, pues, con nuevas herramientas y una nueva actitud, hace filosofía profundizando en la realidad, hace filosofía persiguiendo la realidad de las res.
El reólogo acoge y abraza realidad; tiene, si me permiten expresarlo así, la actitud del poeta, aquella que comenta Pedro Salinas de recibir realidad, de dejarse invadir por su belleza, de entregarse a ella con generosidad, de sobrecogerse cual felino preparado para arrojarse sobre su presa. El reólogo no renuncia, se entrega; la reología es una filosofía de la entrega. Es así que vive el reólogo, acosando la realidad rea de las res, porque es ella quien lo viene acechando a él desde siempre. Primero se pregunta irónicamente, ¿por qué renunciar a la realidad? Luego se anida en ella para no salir.
Arte: Chiara Bautista
Autor: ⬑
Lucas Cañoles, reólogo de la realidad humana
Estudiante de Psicología en la Universidad Mayor, Chile. Desde perspectivas filosóficas, psicológicas y neurocientíficas profundiza en la estructura de la realidad humana buscando la construcción de una idea más acabada del objeto de estudio en el que se fundamentan las ciencias sociales. Sus principales esfuerzos actuales se hallan en la construcción de una antropología reológica, fundamental, que indague la realidad rea de la res humana. También es miembro del Grupo internacional de investigación científico-filosófica Realidad y proceso.
Áreas: psicología, noología reológica.
En Filosofía Fundamental: https://filosofiafundamental.com/lucas-canoles/
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