De la inmortalidad de las estructuras vivas

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Notas de realidad

biología

por César Rodríguez
Málaga, España
2 de mayo de 2021

Situación: «Si en este planeta hay seres vivos inmortales, ¿es posible que hubiera mundos donde sus seres vivos no conocieran el concepto de la muerte?». Con esta pregunta inició un hilo-debate uno de los usuario de la red social Twitter[1] en el que se discutieron los conceptos de vida y muerte, entre otros. El mismo día tuvo lugar, a partir de dicho hilo, un intercambio de pareceres por parte de algunos miembros del Seminario de reología, entre ellos, Ignacio Clavero, Carlos Sierra-Lechuga, Dancizo Toro y este autor. Aunque se pueda partir, por motivos didácticos, de un marco «phi-fi» (filosofía ficción), que es más o menos lo que representa el caso hipotético del que parte el tuitero, en la medida de lo posible la reología trata de alejarse de él. Es por eso que del intercambio de ideas entre estos reólogos surgió una serie de observaciones respecto de las mismas realidades vivas, su estructuración y su sistematización, que es menester compartir en la presente nota pues, como se verá, quizá el mundo ficticio del tuitero no sea tan distinto del nuestro…

¿Podría darse un ecosistema funcional solo compuesto de seres inmortales?

Como resumen mínimo de la principal objeción planteada en la red, basta aludir que estos hipotéticos seres «alter-mundanos» podrían ser imperecederos, mas no indestructibles, y por tanto en este sentido sí «conocerían» la muerte. Tras esto, la posición del tuitero es matizada, quedando la pregunta bajo la forma «¿podría darse un ecosistema funcional solo compuesto de seres inmortales?». Se entiende, aquí, «inmortales» en el sentido de «imperecederos»; y se infiere, también, que se asume que «no conocerían la muerte» en el sentido de que no tendrían incorporada la noción del cese inexorable de «su ser» en ausencia de «accidentes destructores».

Las conclusiones del grupo de reólogos, por su parte, orbitaron tres argumentarios, principalmente: en qué consiste la muerte, «desde dónde» se la enfoca y qué problemáticas hay asociadas a ambos desarrollos.

En primer lugar, se arguyó que, en este mundo hipotético, parece que más que prescindirse de la idea de muerte, se tendría contacto con un concepto de vida parcialmente redefinido que, de algún modo, siempre se ha tenido, pero que ahora, a la luz de las ciencias y teorías de sistemas y de campos, así como de las filosofías del proceso, puede cobrar más peso y rigor. Bajo esta perspectiva, la muerte, que abarca desde la apoptosis celular de un organismo pluricelular hasta el fallecimiento de un individuo biológico desde el punto de vista genético, sería una «sustitución de componentes» del sistema-función sinecológico que supondría la unidad de desarrollo, evolución y actividad.

Precisamente por tal, el «componente» sería lo más trivial, pues solo debería tomarse en consideración como un mero «polo» de la actividad extra-, con- y trans-estructurante del sistema-función[2]. Entonces, no habría diferencia en el concepto de muerte «nuestro» y «suyo», propiamente, sino un hipotético escenario en el que una hipotética razón actualizaría con «mayor facilidad» este concepto al restar importancia a estos polos de actividad y dársela al sistema en cuanto tal. Después de todo, ya en este mundo hay de re ejemplos suficientes donde «muerte» no es «fin» sino «continuidad». Valgan aquellos en los que ciertos animales toman la opción del suicidio, activa o pasivamente, para preservar la supervivencia del grupo.

A partir de esto mismo, ha de puntualizarse que, en todo momento, debe quedar clara la perspectiva desde la que se diserta. Sugerida la muerte como algo que afecta al «componente» que es sustituido, si uno se mueve desde éste hacia el «sistema», puede preguntarse si este último podría, también, morir. A la vez, no debe caerse en restar toda importancia al «sentido de la muerte» del individuo biológico, aún supeditándola al equilibrio de su sistema. En cualquier caso, póngase que, si el sistema puede morir, pueden volver a enunciarse las objeciones de los tuiteros (a saber, matizar que «inmortalidad» no es «indestructibilidad»), solo que dichas ahora desde una perspectiva estructurista, aspecto sumamente importante en la actividad filosófica reológica. Si el sistema es destructible, ya sea por agentes activos externos que lo eliminasen o absorbiesen, como por agotamiento de la propia actividad (a su vez remisible a una exterioridad material y energética), entonces el sistema puede «morir». Tomado un lapso de tiempo suficiente en que se vislumbrasen sistemas sustituyéndose unos a otros, ahí se presenciaría la muerte, y esto ya no sería el mundo ficticio concebido por el tuitero.

¿Cabría pensar que tuviésemos un “sesgo natural” en la percepción, a partir del cuál sobreestimemos el papel de los «individuos»?

En cuanto al «individuo biológico», también han de ofrecerse algunos apuntes. Primero, recordar que, siguiendo que la idea de «individuo» en biología es sumamente problemática, el «holobionte» es ya una suerte de individuo funcional, anatómico y evolutivo aun sin serlo genéticamente. Segundo, que aunque ciertamente no se reste importancia al sentido de la muerte de este individuo, nuestro ánimo implica enfatizar lo suficiente su integración en un «marco más amplio». ¿Cabría pensar, dado el peso en nuestros argumentos de la «perspectiva individual», que tuviésemos una especie de «sesgo natural» en la percepción, a partir del cuál sobreestimemos su papel? Este, además, estaría emparentado con el «substancialismo», habida cuenta de que esta posición metafísica, de entre sus múltiples métodos y formas para «abordar» la realidad, está presente en el aristotélico «tóde ti» («τόδε τι»), en los «objetos ostensiblemente señalables» de las filosofías del sentido común y en los «moderated sized specimes of dry goods» de Austin.

En la problemática sobre lo propio de la muerte (qué muere, cómo muere, por qué…), y expuestos los temas principales desde los que nuestras tesis se desplegarían, puede avanzarse si reparamos suficientemente en ciertos fenómenos de la biología de nuestro mundo, como ya se adelantó. Pónganse, una vez más, a los «holobiontes». Algo poéticamente, puede describírseles como «represas de energía», «almacenamientos de baja entropía cuya estructura persiste en juego con la degradación». Existen adquisiciones evolutivas que provocan que el juego se ponga en escena de modo novedoso. La muerte es una de ellas, característica de los multiceluares mesoscópicos y macroscópicos sexuales: una entre muchas novedades evolutivas. Habría que hablar, pues, no de un «Bauplan» («plan corporal») en tanto plan de organización morfogenética, sino de un «Bauplan de la estructura temporal del evolucionante». La muerte es un momento estructural, como la “inmortalidad” de los microscópicos asexuales, la trans-diferenciación de las medusas o la criptobiosis de los tardígrados. Para nosotros, la pregunta más importante en este ámbito es aquella que trate la estructura temporal que planifica y hace persistente los modos de coexistir.

Cuando los tardígrados Ramazzottius varieornatus se encuentran en sequedad, su contenido de agua corporal desciende hasta el 2,5%, sus cuerpos se arrugan y no dan señales de vida. Si se vuelve a añadir una gota de agua (como en la imagen), reanudan su actividad. Imagen del Dr. Daiki D. Horikawa

Sobre lo concerniente al segundo momento, a saber, el de la perspectiva, más matices han de dirimirse. Hay un detalle importante sobre el trato desde lo particular que implicaría una cierta «injusticia» en llamar a esto «sesgo», y es que, quiérase o no, hay un factum, y es que la experiencia de partida es una «experiencia técnica corporal», «pues este jarrón se rompe y tengo que comprar otro jarrón, este papel se moja y necesito otro papel, mi perro enferma y temo que muera, mi abuelo murió, etc». Para ir de la parte al todo se requiere de cierta idea de «totalización» o de «visión de sistema» de la que generalmente se carece o, en todo caso, se tiene a modo de «hiperconjunto universal del cosmos» en tanto mitologema barato (por ejemplo, la «energía cósmica que todo lo cubre»). Es decir: que no se parte del «todo» sino que, en cualquier caso, se llega a él a partir de dichas «experiencias técnicas corporales»; y que tal como hay riesgo en edificar una metafísica sobre «substancias», «independencias consecuenciales», dando un privilegio indebido a las interpretaciones a «escala humana», lo hay asimismo en postular acríticamente un «todo» absoluto y omniabarcante que anule todas las contradicciones. El énfasis (aquí) es, pues, que tratamos con «individuaciones», en un sentido práctico-manual, cuya integración en algún sistema, en un principio, desconocemos. Por otro lado, el «paso» del «componente» al «sistema» y, mucho más claramente en nuestra visión, de unos sistemas a otros, de unas estructuras a otras, guarda importante relación con lo que en reología venimos llamando «transustantivación». Con ella, se ilustra ese momento dinámico por el cuál una sustantividad es incorporada estructuralmente a otra, tal y como el glúcido que de la fruta pasase al zumo o a un sobre de azúcar, y de ahí a nuestro organismo tras ingerirla[3].

Sin zanjar del todo la cuestión abierta por el tuitero, podemos concluir con que donde globalmente consideramos que la atención debe estar puesta es en esta cuestión «estructural» y, dentro de ella, «diacrónica», «tempórea», subrayando el momento de perduración de las estructuras vivientes, pues es allí donde, a fin de cuentas, se hallaría respuesta para la muerte como momento de la vida y donde, sospechamos, no habría real diferencia entre aquel ficticio mundo posible y el nuestro.


Notas:

[1] Debido a que no se ha podido contactar directamente con el autor de dicho mensaje, se ha optado por su anonimato, no mostrando ni su usuario ni imágenes directas de la publicación, y denominando al iniciador como el tuitero y a los participantes como los tuiteros.

[2] Los conceptos de lo extra-, con- y trans-estructurante forman parte de un proyecto aún en desarrollo, en el seno del Seminario de reología.

[3] Cf. Sierra-Lechuga, Carlos (2019), El problema de los sistemas desde la reología de Xavier Zubiri: para una metafísica contemporánea de la sustantividad, Vina del Mar, p. 298. Zubiri, Xavier (2008) Espacio, tiempo, materia, Madrid, p.565.


Autor:

César Rodríguez García, reólogo de la realidad viva.
Actualmente, Médico Interno Residente de Medicina Preventiva y Salud Pública en el Hospital Universitario Virgen de la Victoria de Málaga. Graduado en Medicina por la Universidad de Málaga, y Máster en Salud Pública y Gestión Sanitaria por la Escuela Andaluza de Salud Pública (Granada). Miembro del Grupo internacional de investigación científico-filosófica Realidad y proceso.
Áreas: filosofía de la salud, teoría de la salud mental, teorías de la causalidad.
En Filosofía Fundamental: https://filosofiafundamental.com/cesar-rodriguez/

3 pensamientos sobre “De la inmortalidad de las estructuras vivas

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